Nunca fui muy romántica, ni cursi, mucho menos sentimental. Para mi los romanticismos no encajaban en mi vida, nunca había tenido tiempo para eso. Consideraba ridículo eso de “ahogarse en miel” o enamorarse de una persona sin darse cuenta. Leía poemas dirigidos hacia la naturaleza, los poemas de amor provocaban picazón en mis ojos, prefería dejarlo de lado. Lo de recibir flores, halagos y chocolates no era lo mío, siempre los regresaba o se los regalaba a la chica que se moría por esos detalles. En fin, esas cosas no me quitaban el sueño o me robaban los suspiros, hasta que lo conocí. Él llegó despacio, en silencio, caminando descalzo. No me percaté de su llegada hasta que sentí que no podía vivir sin él. Fue extraño, jamás me dio indicios de nada, hasta que de la nada me dijo “Te Quiero”. ¿Qué decir ante esto? ¿Cómo lograr romper mis barreras y decirle lo mismo? ¿Cómo decirme que me había enamorado? Me fue difícil admitir que mi patética armadura contra el amor se había derretido ante él, mis fortalezas cayeron y él se apoderó de ello. Ahora me estoy ahogando en miel, soy una cursi y estoy irrevocablemente enamorada. Ya no hay vuelta atrás. Ya no soy la de antes, cambié. Me cambió.
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